Vacío y soledad, eso es lo que transmite el primer episodio de la segunda tanda de esta cuarta temporada de The Walking Dead, la sensación de estar solo y perdido, sin saber qué hacer ni dónde ir. Es también este episodio una obra de arte visual y emotiva que de alguna forma, queriendo o sin querer, rinde homenaje a uno de los cuentos de nuestra niñez, el de Pinocho, cuando queda libre de toda atadura y el mundo está a sus pies para poder hacer lo que le venga en gana, sin el consejo ni el mandato de los mayores. Sentado en el tejado mientras el mal acecha a sus espaldas, degustando una exquisita lata de cacao y con todo el mundo frente a él, libertad absoluta. Es aquí más que nunca cuando recuerda al personaje de cuento.
Carl está comenzando a crecer, hace tiempo que dejamos atrás al niño frágil. Este episodio consigue hacerlo más fuerte, pero también le hace ver que todavía es demasiado joven como para tomar el control de sus propias decisiones, a través de sus acciones y de no pocos momentos de tensión cuando abandona la casa mientras su padre permanece dormido, nos deja entrever esa valentía, constancia y determinación de un adulto, pero también las carencias y fragilidad del niño que aún es. Pero algo está cambiando en él y poco a poco nos va conduciendo por una aventura mágica del ser humano por la que todos hemos pasado (sin zombies, claro).
No existiría la pérdida si no existiese el reencuentro. Michonne también anda perdida. En esta soledad en la que se encuentran, no hay palabras, el episodio es visual casi por completo, lleno de detalles para reflexionar, tanto para los personajes, como para nosotros, lo que hace que de alguna forma nos unamos más a ellos y los lazos afectivos entre espectador y personaje se refuercen. Vuelve a recordar el pasado y en él podemos ver quienes eran en realidad los dos zombies que la acompañaban cuando la vimos por primera vez, además de conocer a su hijo, un importante punto de inflexión por el cual se desvela el por qué de su cariño hacia Carl. En un intento por recuperar también el pasado, sigue los mismos pasos hasta que se da cuenta de que ese pasado nunca volverá, así que afronta las pisadas de lo que tiene ahora y no va a dejar escapar.
Carl necesita el afecto de su madre y Michonne el afecto de su hijo. Un complemento necesario y fuerte que permanecerá unido hasta no sabemos cuándo, porque el peligro acecha tras cada puerta que se abre. Un magnífico episodio donde sobran las palabras y que invita a reflexionar y a sumergirse en los pensamientos de los tres protagonistas, que ven como su mundo vuelve una vez más a partir de cero.