Avenida Brasil, una telenovela diferente, rápida y adictiva

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Cuando a mi casa llegaron las telenovelas, ni me enteré, solo conservo en mi cabeza la imagen de mis padres y mis hermanas en el salón disfrutando de «Los ricos también lloran» que mi padre dejaba grabando por las mañanas en el vídeo Beta cuando se iba a trabajar y por la noche todos nos sentábamos a verla. Unos años después llegaría la telenovela que cambió radicalmente la forma de ver este formato, en la sobremesa y con comentarios de doña Adelaida (Chari Gómez) precediendo a cada capítulo, se convirtió en la comidilla de aquel verano antes de ir a la piscina con merchandisin de todo tipo alrededor, desde libros y chapas hasta portadas de revistas semana sí semana también.

Así que desde que era un crío, desde los tiempos de Cristal y Rubí, no me sentaba a ver una telenovela, ese género que cuesta el mismo trabajo que cualquier serie para sus guionistas y equipo de producción, pero que se ha labrado mala fama en nuestro país en parte por sus repetidas tramas, que han hecho que ya nos tomeos a cachondeo los nombres compuestos y rimbombantes como Luis Alfredo o que nos riamos cuando escuchamos eso de «Cristina Gumersinda, yo soy tu madre!».

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He de reconocer que si cogí con ganas Avenida Brasil fue en gran parte por lo que la precedió antes de llegar a nosotros, esa audiencia millonaria que cada día sobrepasaba los 50 millones en Brasil, su país de orígen. Nunca jamás cuando algo así precede una obra, sea la que sea, puedo dejar la oportunidad de juzgar con mis propios ojos. Ya me pasó con Harry Potter cuando leí en un periódico que había conquistado a 30 millones de lectores en USA y salí encantado antes de que en España se hiciera conocido.

No puedo catalogar a Avenida Brasil como una telenovela al uso. Lo es, entre otras cosas porque en el primer título del crédito se define como «una telenovela creada por…», pero prefiero considerarlo serie o al menos una mezcla entre telenovela y serie, porque tiene elementos de ambas que la hacen única. Es de agradecer que en su llegada a nuestro país haya sido redoblada al castellano evitándonos así el dolor de oídos de su doblaje latino, no porque sea malo, que el doblaje español es pésimo con mayoría de actores y actrices de doblaje como yo digo de «peli de putas», sino porque se emplean muchos términos que aquí empleamos poco o para otras cosas. Al menos está doblada, aunque a veces a uno le entren ganas de quitar el sonido cuando a los dobladores de repente les da por doblar al personaje a gritos sin sentido alguno.

La emisión, como viene siendo habitual en Mediaset, está siendo un auténtico desastre que no merece. En un principio iba a emitirse en La7 reconvertida a canal de telenovelas hasta el apagón de licencias. Con este apagón tuvieron que reubicarla y, aunque se mantiene en una audiencia fiel, no ha logrado el éxito que se esperaba. Tras comenzar con un doble episodio semanal, una bestialidad, ahora lo han reducido a uno en la tarde en Cuatro, mientras que a Divinity llegó un par de semanas más tarde a razón de capítulo diario con hora de emisión impredecible. De las 5 grabaciones que hice, no pude ver ni una sola completa, bien porque empezaba 30 minutos antes y al final me tenía que conformar con ver el resto por internet, bien porque ni siquiera lo emitían. Un desbarajuste que hace imposible seguir una serie. Ni siquiera MiTele salva la situación, porque por tema de licencias o algo parecido, te van quitando los primeros episodios y sólo dejan algunos. Si algún directivo de la cadena me explica si así se puede seguir algo, que me lo explique, porque debe ser que soy demasiado exigente al ver una serie.

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La sensación que me gustaría transmirtir a cualquiera que no haya visto la serie o vaya a hacerlo en breve, es que tras 12 episodios parece que haya pasado toda una vida viéndola. He comprobado que lo que sus actores decían sobre que la gente se engancha porque quiere saber qué les va a pasar a sus protagonistas, es cierta. En un abrir y cerrar de ojos nombres como Rita, Mamá Lucinda, Patata, Jorgito, Genesio, Carmina y Tifón ya no pueden escapar de tu cabeza y pasan a formar parte de tu vida.

Los primeros dos episodios son una auténtica obra de arte. Los vi juntos sin poder despegarme de la pantalla. La genial interpretación de la niña Mel Maia interpretando a Rita, logra meterse dentro del corazón de cualquiera y lo mismo para la inigualable Adriana Esteves que da vida a Carmina, la malvada de la telenovela. Entre las dos hay un tira y afloja que logra acaparar toda la atención al margen de las otras historias que van originándose. A grandes rasgos, la serie comienza en un flashback que dura varios episodios, llevándonos a 1999, cerca de fin de año. Carmina está casada con Genesio, el padre de Rita, sólo por su dinero. Rita escucha a través de una conversación las intenciones de Carmina y trata de avisar a su padre, que hace caso omiso hasta que al final termina creyéndola, dando lugar a una persecución que termina involucrando al gran jugador de fútbol Tifón.

Carmina es esa madrastra mala que maltrata a Rita a espaldas del padre, el cuento de la reina malvada llevado a las telenovelas. La tensión que se crea entre ellas es brutal, dos personajes que son como animales oliéndose a distancia. La maltrata, le rompe sus juguetes, le habla mal sobre su padre cuando están a solas, pero cuando hay alguien más pone su cara más dulce, su sonrisa más falsa y no duda en llorar a lágrima viva para conseguir su propósito. La genialidad es que no puede esconder su verdadero carácter que termina saliendo.

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En apenas dos episodios, Rita termina huérfana y abandonada a su suerte en un basurero en el que es adoptada por Mamá Lucinda, madre de algunos de los niños a los que da de comer y que acoge con cariño en una chabola. Allí es donde finaliza sus primeros días de infancia y donde conoce a Patata, con el que se casa en una ceremonia muy divertida y que marcará el inicio de una gran aventura de reencuentro. Rita termina siendo adoptada por una familia argentina y se despide de Patata al que promete volver a ver algún día y que es adoptado por Carmina (su verdadera madre) y Tifón, al que quiere sacar todo el dinero posible y vivir una buena vida a su costa.

La maravilla de esta serie es que en apenas unos episodios cuentan la historia de tal forma que no solo te permiten sentirte cerca de cada personaje, sino que la narrativa hace que apenas dos episodios te parezcan todo un mundo, como si hubieras visto un centenar de ellos. Es lo que le diferencia de las telenovelas. A diferencia de ellas, la acción y los misterios se resuelven con naturalidad para dar paso a otras situaciones igual de interesantes y que permiten explorar a los personajes hasta límites insospechados. Nueve episodios es lo que tardamos en ver el paso del tiempo, un salto que nos lleva a la actualidad y que es el responsable de que miremos conn ojos diferentes a esta serie. Rita ha crecido y ahora es Nina, cocinera de prestigio en un restaurante de la familia. Patata ahora es un gran futbolista de nombre Jorgito, enseñado por su padre, el gran Tifón, ahora entrenador y que sigue casado con Carmina.

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No hay que esperar, como en las telenovelas al uso, cientos de episodios para que las verdades queden al descubierto. Apenas bastan un par de ellos para que todo salga a la luz, para que Rita descubra que Jorgito es el niño con el que se casó en el vertedero, para planear su venganza contra Carmina, la mujer que le arrebató la vida a su padre y cambió su vida por completo, para el esperado reencuentro entre esos dos niños que se conocieron por estas casualidades del destino, por lo inevitable.

Al margen de un par de historias de otros personajes de la serie, basadas en cuernos y celos que son casi una comedia y totalmente anodinos, , la columna vertebral de Avenida Brasil es la historia de Rita y su evolución en la vida, una niña que lo tiene todo y de repente lo pierde todo, que descubre la maldad de los demás y el sentido de la venganza. Avenida Brasil no es esa telenovela a la que estamos acostumbrados, es algo más que eso, es una serie que te invita a dejarte llevar, a no resistirte a que un personaje se cuele en tu vida y cree emociones como si fuesen reales, sensaciones de pérdida, de odio, de compasión. Sin darte cuenta puede que estés soltando una lágrima y después te preguntes «qué hago yo llorando con una telenovela» y al rato estés murmurando por lo bajo lo cabrona que es Carmina. Es una serie que crea pasión y también que engancha con finales reveladores como las más grandes. Avenida Brasil es una vuelta de tuerca a las telenovelas que conocíamos, una pieza a tener en cuenta y que marca un antes y un después, como ya lo hizo «Los ricos también lloran», como lo hizo «Cristal», diferente, argumentalmente rápida y adictiva.

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